O aire
Este mal era
reconocido en España, Portugal, Italia, etc. como causante de muchas dolencias.
El “mal aire” le dio el nombre en Italia a una fiebre palúdica, la malaria. Se
decía que una persona tenía o aire cuando estaba decaída, desganada, agotada,
sin ganas de nada, etc. Precisamente cuando uno notaba falta de aire se decía
“ten o aire”. Debido a mi niñez enfermiza, creo que batí todos los récords de
esta enfermedad, ya que me sacaron o aire de mil maneras. Cuanto más lo
necesitaba, más me lo sacaban, hasta que finalmente se descubrió que mi
verdadera enfermedad era el asma.
Citaré algunas personas que me sacaron o aire y los métodos empleados. Máxima da
Vila, de Dombate, quizá fuese la que más veces lo hizo. Uno de los métodos era
el de las hierbas del día de San Xoán (ver “otra fiestas”) o espadanas
(espadañas) del día de Corpus. Estas espadañas se esparcían por donde pasaba la
procesión del Santísimo y nada más pasar se recogían. Para sacar o aire se
quemaban lentamente sobre una teja en la cocina. Yo le daba las manos a Máxima y
dábamos nueve (siempre el nueve) vueltas alrededor del humo, al tiempo que ella
decía unas oraciones. Nada más terminar de hacerlo, y siempre según sus
apreciaciones, ya se me notaba la mejoría. Lo que ocurría era que esa mejoría
debía de ser transitoria, pues esta operación se repitió muchas veces. Máxima
también me aplicó el método do pexeguerio (pérsigo), árbol frutal muy típico de
Galicia. El sistema era similar al del humo pero las vueltas se daban alrededor
del pexegueiro. El remedio daba resultado si el arbolito se secaba. En mi caso,
que yo sepa, nunca sucedió. Este árbol debía ser lo más joven posible y por este
motivo en verano, cuando comíamos su fruto, tirábamos el hueso en la huerta para
tener árboles para sacarme o aire. También se podía hacer na figueira (higuera).
Este método era semejante a los anteriores y no sé si fue por cambiar de
pitonisa o por que no teníamos higuera, lo cierto es que fui un par de veces a
Pedra Quetán, a la casa de Calabanda. Lo que sí era cierto en este caso es que
la higuera no tenía que secarse, ya que era un árbol viejo y la curandera tenía
bastante clientela.
En otra ocasión, me lo sacaron en casa con una receta que le dieron a mi hermana
Consuelo. Este sistema era más sofisticado. Había que comenzar por ir a buscar
un toxo, que creciera en un lugar que viese el mar, arrancarlo con la mano
izquierda antes de salir el sol, traerlo para casa sin que nadie viera al que lo
traía y por consiguiente sin hablar con nadie durante el camino. El tojo se fue
a buscar al monte de Cuens, no sé por quien. Seguidamente había que quemarlo y
echar la ceniza en una bañera con agua, en la cual tuve que bañarme yo mientras
se rezaban unas oraciones. Al final se colaba el agua con un paño blanco, se
compactaba la ceniza y luego al abrir la misma con las manos se podría apreciar
lo que había producido el mal do aire al enfermo. En mi caso (y ante el asombro
de los presentes) recuerdo que dijeron que se veían unos pelos de gato, y que
esa era la causa de mis males. Debía de haberme sentado o acostado donde lo
habían hecho los gatos. A partir de este momento los pobres gatos fueron
declarados proscritos y andaban por mi casa a cien por hora, ya que éramos
incompatibles.
Otro procedimiento era el de coger nueve toxos de nueve casas donde viviese una
mujer que se llamase María, quemarlos, etc., etc. Aparte de los gatos había
muchas causas que ocasionaban el mal do aire, como por ejemplo: ver cerdas o
vacas recién paridas, ver sapos, culebras, y el más frecuente, ver una persona
muerta o simplemente el ataúd.
He de matizar que mis padres eran católicos, y muy creyentes, pero un hijo es un
hijo y con tal de no verlo enfermo recurrían a todo tipo de consejos y recursos
heredados de sus antepasados. Hoy día ocurre prácticamente lo mismo. Nos
recomendamos medicamentos y curas sin ni siquiera ver al enfermo. Es otro rito
menos incómodo, pero posiblemente más peligroso.
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