Ofrendas a los santos
Siendo niño, mi madre,
con la sana intención de mejorar mi delicado estado de salud, me ofrecía a todos
los santos a los que concurría mucha gente por ser muy milagrosos. Quizá no sean
todos a los que fui, pero si fui a todos los que están.
Me ofreció a Santa Margarita, para que fuera todos los años que pudiera. Fui a
tres lugares distintos: a Santa Margarita de Fonte Crego (estuve muchas veces),
Santa Margarita de Montemayor y, últimamente, Santa Margarita de A Coruña.
A San Adrián do Mar, que se venera en Malpica el domingo siguiente al 15 de
junio, fui debido a un quiste que tenía en la barbilla. Yo iba en coche hasta
Malpica y luego cuatro o cinco kilómetros a pie subiendo hasta el santuario. Mi
madre (acompañada de mi padre o algún vecino) iba a pie desde Fornelos, ya que
así había hecho la promesa en mi nombre. Salía de noche y el regreso lo hacía
después en coche. A la entrada del santuario había unos puestos donde se vendían
exvotos (figuras de cera) y, según donde fuera la dolencia, se compraba como
ofrenda un brazo, una pierna, una cabeza, etc. Mi madre, para mí, compraba una
cabeza y un cuerpo entero. Después de oír una o varias misas se entregaba la
cera en la sacristía del santuario. Recuerdo la cantidad de pobres, inválidos y
mendigos que había a lo largo de los caminos que llevaban a la ermita. Eran
cientos los que estaban pidiendo una limosna, cosa que era frecuente en todos
los santuarios.
Otro de los santuarios más famosos de toda Galicia es San Andrés de Teixido.
Todo el mundo tenía que ir a San Andrés de Teixido. Hay un dicho que dice:
“A San Andrés de Teixido
vai tres veces de morto
o que non foi unha de vivo”
La gente, que veía que en este mundo no hacía más que trabajar sin parar, quería
al menos asegurarse el descanso después de muerto. El día de San Andrés es el 30
de noviembre “Dichoso mes, que comienza con Santos y termina con San Andrés”,
pero una de las romerías más grandes de este santo se celebra el 8 de
septiembre, día de Santa María de Régoa, patrona de la parroquia. En cualquiera
de estas fechas los caminos y corredoiras se llenaban de gente en peregrinación
al santuario. Mi padre fue más de una vez, y esto suponía varios días ya que
iban a pie con el saco de la comida, bailando y cantando, 60 kilómetros hasta A
Coruña. Allí, el que tenía los diez reales para el pasaje, cogía el barco hasta
Ferrol. Y desde aquí hacia Cedeira y San Andrés había cerca de otros cincuenta
kilómetros. Al llegar al alto del monte desde donde se divisa la iglesia había
quien iba de rodillas. Muchos iban con una piedra en la mano la cual era
depositada en los amilladoiros (montículos de piedra). Según la tradición, el
día del Juicio Final, la piedra “hablará y dirá quien ha ido a Teixido”. En
Teixido pueden comprarse los sanandreses, figuras hechas con miga de pan, o la
herba namoradeira (hierba de enamorar).
También fui a Santa Minia de Brión, a San Campio de San Ourente de Entines, en
la Sierra de Outes (donde íbamos todos los jóvenes, antes y después de entrar en
quintas), al Cristo de Fisterra, a San Fins do Castro, a los Milagros de
Cesullas, a Santa Rosa a Laxe, o Espiño da Eirita, al Carmen del Briño (de la
que fui cofrade), a Santa Cruz de Serramo (también fui cofrade), a Santa Eufemia
de Roma, a la Virgen de Fátima de Cambeda, a la Virgen de Montetoran, a Santa
Lucía y a San Blas de Cánduas, etc. Recuerdo que en muchos de estos santuarios,
había gente que de rodillas o descalza, daba vueltas alrededor del santuario. Yo
le daba la mano a mi madre y ella, de rodillas, daba varias vueltas al tiempo
que rezaba durante el recorrido. Era frecuente llevar una vela de la misma
altura de la persona que realizaba la ofrenda.
Pero uno de los santuarios que recuerdo con más cariño es el de la Virgen del
Corpiño. Eran miles las personas que iban a este santuario. La Virgen del
Corpiño es abogada de los posesos y portadores de meigallo. Yo mismo fui testigo
de muchos conjuros. En la misa, en el momento de la consagración, se oían gritos
de gente histérica. En una ocasión estaba en la nave de la derecha y una niña
mayor que yo, que me hacía caricias en la cara, nada más tocar la campanilla en
la consagración empezó a gritar y a desgarrarse de tal forma que su imagen aún
la recuerdo hoy en día. A la salida de misa se formaban corros de gente, donde
unos sujetaban a otros, y gritaban cosas como: “que non quede dentro”,“¡bótao
fóra!” o “Lucifer sae para fora”.
Estuve varias veces en este santuario. Está situado en el centro geográfico de
Galicia, parroquia de Santa Baia de Losón (Lalín-Pontevedra). De la última vez
recuerdo muchas anécdotas. En esta ocasión debía tener yo unos trece o catorce
años. Los transportistas de Baio decidieron no ir ya que decían que no se
llenaban los coches y que no les era rentable. Por este motivo organizó el viaje
un hombre muy famoso, por pasar media vida rezando el rosario, conocido por “o
Rezador de Tines”. Habló con Cotelo de Corme y éste le dijo un precio para
cuarenta personas pero, que si había más, saldría más económico. Como era día de
la feria de Baio, el “Rezador” pasó el día buscando gente y mandando recado a
los que en otras ocasiones habían ido al Corpiño. El día de la salida (23 de
junio), nos presentamos en Baio en el lugar acordado un total de ciento siete
personas para un coche de cincuenta y dos plazas. Se formó un lío de espanto, y
el señor Cotelo nos engañó como chinos. Nos dijo que teníamos que ir hasta
Santiago (60 kilómetros por una carretera sin asfaltar) unos encima de otros y
que luego allí se alquilaría otro coche. Al llegar a Santiago, nos volvió a
engañar e hicimos el viaje en un solo coche. La mitad de la gente íbamos arriba,
donde había asiento para una docena y los demás sentados todo alrededor
protegidos por una pequeña barandilla y los pies colgando hacia fuera, otros
sentados en el centro y algunos colgados en las dos escaleras que tenía por la
parte trasera. Por el camino le mandábamos detenerse al conductor cuando el
autocar pasaba por debajo de los cerezos, y así, los que íbamos arriba, hacíamos
una rápida recolección de la fruta. En una de las ocasiones nos pilló el dueño
de la finca y tuvimos que salir a todo gas, perseguidos por las piedras que nos
arrojaba el buen hombre. Al cruzar Ponte Ulla, nos pararon los Guardias de
Asalto, pertenecientes a la provincia de Pontevedra, y multaron al Sr. Cotelo
por llevar un exceso de cincuenta y cinco personas. En aquel momento íbamos más
personas fuera que dentro. Con anterioridad nos habían parado los de la
provincia de A Coruña, pero a éstos los tenía sobornados.
El coche nos dejaba a siete kilómetros del santuario y a partir de aquí había
que ir a pie por corredoiras y carballeiras. Como llevábamos el “Rezador” con
nosotros, hicimos parte del recorrido rezando. Al pasar por junto a los paisanos
que estaban sachando el maíz, unos se santiguaban y otros se reían al vernos
pasar. Al llegar al santuario, buscaron donde guardar las cosas. Para ello se
alquiló una habitación entre varias familias. Luego se descubrió que ya estaba
alquilada a otras tantas, así que al final allí no entrábamos ni de pie. La
habitación, como mobiliario, tenía unas grandes arcas de madera de roble donde
se guardaba el grano. Sobre una de ellas había la caja de un gran reloj de pie.
Por cierto que a uno de los que venían con nosotros no se le ocurrió otra cosa
que bajar dicha caja, colocarla en el suelo y utilizarla como cama. Cuando
entraron un grupo de señoras en aquella habitación, débilmente iluminada, y le
encontraron allí tumbado, rodeado de gente, casi les dio un soponcio a las
buenas mujeres y a poco más sí que tenemos que organizar un velatorio de verdad.
Toda la noche había baile y jolgorio. Hombres y jóvenes pasamos la noche sin ir
a la habitación. Por la mañana muy temprano oímos un par de misas y seguidamente
emprendimos el regreso.
Cierto día mi yerno Pedro, hombre no muy creyente, al leer estos relatos me
dijo: “Ramón, las promesas que hacía tu madre debieron valerte para algo, porque
la verdad es que tan mal, tan mal... no te veo”
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