San Antonio de Padua
San Antonio, era uno
de los santos más venerados por los campesinos, al menos en la zona de Soneira y
Bergantiños. Creo recordar que mi padre me dijo una vez que en todas las
iglesias parroquiales se celebraba la festividad de San Antonio, San Roque y el
Corpus, aunque la fecha no fuera el día que indicaba la Iglesia, para no
coincidir todas el mismo día. Era lógico que se tuviese tanta devoción a San
Antonio, ya que este era el “encargado” de resolver todos los problemas que se
tenían con los animales. Las ofrendas se hacían para remediar enfermedades,
roturas de huesos, pérdidas en los montes, fertilidad de las hembras, aunque en
este caso también se recurría a Santa Mariña. Cuando se perdía un animal se
rezaba el Responso de San Antonio. Si no aparecía durante el día, por la noche
había que atar a San Antonio. Todo el mundo tenía una estampa o una pequeña
imagen de San Antonio. Atar el santo consistía en ponerle un lazo al cuello.
Había quien le ponía una vela además de atarlo. Otras promesas que se hacían era
una misa, un donativo, una cría de ganado o parte de la misma (cuyo importe se
pagaba cuando se vendía el animal) o ir caminando hasta la Agolada a oír misa.
Como he dicho, había un San Antonio en todas las parroquias, pero para el de
Agolada, a 15 kilómetros de Fornelos, había un dicho que decía:
“San Antonios hai moitos, pero como o da Agolada, ningún”
A un vecino de Fornelos conocido por “Vilela” en cierta ocasión le parió una
vaca dos crías. Como la madre no estaba muy bien alimentada y además tenía que
trabajar, alimentar las crías y, de vez en cuando, dar una taza de leche para
Casimira, la dueña de la casa, los terneros terminaron enfermando. Entonces
“Vilela” hizo un trato con San Antonio de la Agolada, que según el dicho, era
más milagroso que el de Baio. Dicho trato consistía en que si se salvaban los
terneros uno sería para el santo y otro para él. A los nueve meses, y una vez
curados los terneros, saldó la deuda con el santo. Los terneros eran muy
desiguales, pero no tuvo duda, el pequeño era el del santo. Con el ternero y a
pie se fue a la Agolada y terminada la misa fue subastado, (previamente le había
dado una propina al subastador para que no apurara mucho la subasta). Al final
la cantidad acordada fue entregada al cura.
Se decía que el gallego ofrecía mucho a los santos pero que siempre era a cambio
de algo. Esto puede que fuera verdad, pero también era verdad que muchas veces
pagaba hasta lo que no tenía.
En Baio la festividad de San Antonio se celebra el segundo día de las fiestas
patronales, o sea el 9 de septiembre. Este día se cogía el santo en andas,
precedido de pendón y estandarte, seguido de la banda de música y fogueteiro
(cohetero), y se salía con dirección a Fornelos. Una vez en Fornelos, se hacía
un recorrido por las principales corredoiras. Todos los vecinos adornaban las
ventanas con sábanas, colchas, etc. y sacaban las vacas a los corrales o a los
cruces de caminos (excepto las del señor Rial que decía que las suyas podían
recibir la bendición de lejos). La procesión paraba donde estaban las vacas y el
cura las bendecía, al mismo tiempo el dueño del ganado echaba media docena o
docena entera de cohetes. Al iniciar la marcha o fogueteiro plantaba fuego a un
cohete y la banda tocaba una pieza (en caso de que el dueño hubiese pagado a la
comisión, de lo contrario sólo había bendición).
Una tradición muy especial relacionada con este santo era la del Porco de San
Antonio (el cerdo de San Antonio, con perdón). Recibía este nombre un cerdo al
que a las siete u ocho semanas de nacer se le ponía una campanilla al cuello, se
le soltaba por la aldea y tenía que ir por las casas de los vecinos a que le
dieran de comer. Al principio sufría mucho mientras no se acostumbraba y no
sabía de los sitios en que le atendían mejor. Era mucha la gente que, bien sea
por cariño al animalito o bien por creencias religiosas, no despachaba al cerdo
de la puerta sin darle algo de comer. Cuando tenía seis o siete meses era el
cerdo que mejor vivía de la aldea. Se pasaba el día al sol y cuando era la hora
de la comida se presentaba en la casa más cercana y si no le llegaba lo que le
daban en una casa pronto se iba a otra, llamando a la puerta con su campanilla.
Estos cerdos procedían de dos fuentes distintas. Una era la comisión de fiestas
de San Antonio, quien lo compraba de pequeño, lo vendía de mayor, y con las
ganancias organizaban la fiesta profana en Riva do Bao, el 8 de septiembre.
Otros cerdos procedían de una promesa que algún vecino le hacía a San Antonio.
Por término medio era el carresadoiriño da auga, simpático nombre que se le daba
al más pequeño de la camada. Este, una vez crecido, se subastaba un día a la
salida de misa, previo anuncio del día en las misas de los domingos anteriores.
El dinero recaudado se le entregaba al cura. Había veces que se juntaban dos
cerdos al mismo tiempo, uno grande y otro pequeño. Tan pronto como el grande le
enseñaba las costumbres al pequeño, se vendía.
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