De lo personal y lo familiar |
||||
|
Familia
A los pocos días de estar trabajando en Carballo, conocí a Blandina Garda Ponte, la que sería mi futura esposa. Blandina tenía, junto con su hermana Amparo, un pequeño taller de tejer lanas. Con ellas estaba una empleada y amiga llamada Carmiña. Yo trabajaba en la calle José Antonio Primo de Rivera y el taller estaba a la vuelta de la esquina, en la calle José Calvo Sotelo. Todos los pueblos y ciudades tenían después de la guerra estas dos calles, además, por supuesto, de la Avenida del Generalísimo Franco.
Blandina había nacido un domingo, como yo, el 13 de octubre de 1940. Hacía la séptima de doce hermanos, seis mujeres y seis hombres, cuyo orden de llegada a este mundo fue: una mujer, un hombre, dos mujeres, dos hombres, tres mujeres, tres hombres. La primera se llama Celsa y el último Celso. Veinte años separan a ambos. Me contaba Blandina que cuando a las dos hermanas mayores (la tercera murió de niña) les salían pretendientes, al ver la cantidad de niños que había en casa, abandonaban, ante el temor de que la hija saliese tan criadora como la madre. Esto no creó finalmente problema alguno, ya que todas y todos se casaron a una edad joven y aunque el número de nietos es considerable, hay que tener presente que somos once parejas.
En la vida nunca se sabe donde está lo mejor ni lo peor, ya que esto me trae a
la memoria el caso de Carlos II el Hechizado. Cuando en 1690 quedó viudo y sin
descendencia, se le buscó inmediatamente nueva esposa por las cortes europeas.
La elegida fue Mariana de Neoburgo, por ser de raza paridora ya que su madre
había tenido 23 hijos. Sin embargo, más tarde se comprobó que la culpa era de él
y precisamente con él se terminaron los Austrias en España.
Nunca he renunciado a mis orígenes. Para matar mis ansias de tocar la tierra, mi tierra, con las manos, y cuando nuestra economía lo permitió, compramos una finca a las afueras de la ciudad, en Santa Cruz (Oleiros). En cuanto llegaba el fin de semana, e incluso algún día por la tarde, me escapaba a mi terruño. Allí plantábamos árboles y plantas, además de patatas, judías, repollos, pimientos,... La cuenta de la cesta de la compra descendió varios enteros en este capítulo por aquel entonces. También disfrutábamos allí del aire puro y descansábamos. Era una buena vida. ... Y como todo lo bueno, tenía que acabarse.
Como anticipo de mi herencia le he legado ya a mis hijos aquello que me ha
acompañado siempre en mi vida. El asma. Raquel venía padeciendo un asma terrible
desde su infancia y a Alberto, que parecía que se había librado, le da el primer
ataque a los 15 años. El Dr. Ferreiro (agradable persona, por cierto) que nos
atendía, visto que el tratamiento no daba los resultados deseados, nos aconseja
marcharnos de Galicia. De nuevo el destino apunta al interior de la península.
Con mucha pena pedí el traslado a Madrid. Ello suponía renunciar en fecha
próxima a mi ascenso a jefe de administrativo de 2ª, pero el traslado, por
motivos de colegio y salud, debía ser cuanto antes. Así que el 2 de septiembre
de 1982 nos venimos a Madrid. La empresa, que era modelo en lo económico, lo era
mucho más en lo social, y el traslado se hizo con un simple comunicado. A los
pocos días de estar aquí, y ante los rumores de que la empresa iba a ser
absorbida, el Subdirector General D. Mario Rodríguez Viñas me llamó para que
hiciese la petición de traslado oficial por un año, en el cual yo podía retornar
a A Coruña si ese era mi deseo. Pero el 20 de abril de 1983, dado el cambio
experimentado por todos (me refiero a los tres asmáticos), pedí el traslado en
firme. |