Trabajos y costumbres
Por lo general, los trabajos en el campo son muy duros, pero creo que en Galicia
mucho más, debido al tipo de siembras, al minifundio, a las lluvias,
la irregularidad del terreno, etc.. Estos trabajos eran hechos por el hombre
con la ayuda de los animales: bueyes, caballerías y, en la mayoría
de los casos, vacas. Los aparejos eran muy rudimentarios. El primer arado de
hierro (o de doble vertedera) que vino para Fornelos fue el de mi padrino, Ramón
do Bao, en el año 1935. Hasta entonces sólo existía el
de madera o arado romano. En 1940 fue mi abuelo paterno quien compra la primera
sembradora y la primera sachadora de maíz (tirada por animales). En 1963
mi padre compra el primer tractor.
Se trabajaba sin descanso, sólo se respetaba la hora de misa de domingos
y festivos y la hora de ir a la feria o a los santuarios. El horario de trabajo
fuera de casa era el solar. Si el día era largo, más horas; si
era corto, menos. Una vez recogidos empezaba el trabajo de casa. El ritmo era
lento, única manera de que el cuerpo aguantase. En el libro "A vida
cotiá en Galicia de 1550-1850" de Pegerto Saavedra, hay una cita
de A. Vicente, que dice: "... el campesino no comprende que el reposo
sea necesario, sino una pérdida... ".
La familia estaba formada por dos, tres o cuatro generaciones y, a lo mejor,
diez o quince miembros, donde había trabajo para todos. He dicho trabajo
y no ingresos, ya que hasta que uno se casaba o dejaba la casa patrucial
sólo se veía alguna peseta el día de la fiesta del pueblo.
Para la mujer se reservaba el trabajo de casa: comida, ropa, cuidar a los niños
y ancianos, etc.; el hombre cuidaba del ganado; y las faenas del campo eran
compartidas. Los niños empezábamos a trabajar a los cinco o seis
años y a los siete u ocho hacíamos cosas que hoy parecerían
de superhombres. Con razón se decían frases como: "xa
gana o que come" o "para comer, hai que ganalo primeiro".
Era también frecuente el trabajo en cooperativas familiares. De hecho
existía una medio-institución jurídica llamada "Compañía
familiar galega", como hemos citado al hablar de los Lema. Recuerdo que
durante la época de sembrar el maíz, como había mucha gente
que no tenía maquinaria, la de mis padres era utilizada por otros vecinos.
En algunos casos estaban esperando a que nosotros la desengancháramos
del ganado y fuéramos a comer, para utilizarlas mientras tanto. También
se hacía en equipo la trilla de cereales, reparar el cauce del agua y
los molinos, etc. Cuando se recogían las cosechas se organizaban rogas
(ayudas) formadas por mucha gente, unos para pagar algún favor, otros
simplemente por la comida (alguna madre que traía consigo dos o tres
niños) y otros que cobraban en especie. Otro caso eran os carretos.
Cuando algún vecino hacía su casa, o una obra grande, era costumbre
transportarle la piedra necesaria entre todos los vecinos. Yo recuerdo ir a
los carretos en dos ocasiones: para la casa de Bastián y para la de Dosinda
de Anido. De nuestra casa en ambas ocasiones fueron dos carros, uno tirado por
bueyes y otro por vacas. Durante el día se servía vino tinto o
caña y molete (bollo de pan de trigo). En la de Dosinda, como
yo era el único niño me dieron un paquete de galletas y un boliche
(gaseosa que cerraba a presión con una bolita de vidrio). La de Bastián
se construyó al mismo tiempo que la de Ferreiro, a finales de 1947 y
principios de 1948, por consiguiente el transporte se debió hacer cuando
yo tenía siete años recién cumplidos. Los animales comían
algo mientras esperaban para cargar o mientras cargaban, y se trabajaba hasta
transportar toda la piedra. En algunos casos se cenaba en la casa del que hacía
la obra. El día que hablé con José de Bastián sobre
la fecha de la construcción de la casa, Clarisa, su mujer, me comentó
las peripecias y necesidades que pasaron para hacerla. Entre otras me dijo que
las maderas se las pidieron a los vecinos. Mi padre le dio la viga principal
y una de las laterales, y así otros vecinos a los que le pidieron ayuda.
Todos aportaron algo... con la excepción de su padre, que no les dio
nada precisamente por haberse casado con un marido pobre.
Citaré ahora otros trabajos que me traen recuerdos, algunos... incluso
buenos.
Area para as terras. - Hubo una época en que fue muy corriente
echarle arena de la playa a las tierras.
Para ello, en las largas tardes del mes de mayo, después de trabajar
ocho o diez horas en el campo, cogíamos dos carros, mi hermano Jesús
el de bueyes y yo el de vacas, y tira para Laxe los siete kilómetros
de ida y otros tantos de vuelta. Para mí no era mucho problema ya que
prácticamente no cargaba arena ninguna. Mi hermano sí que tenía
que cargar los dos carros y luego hacer los siete kilómetros de regreso
a pie (la ida la hacíamos en el carro) a las doce o a la una de la madrugada.
Y al día siguiente mi hermano a trabajar en el campo y yo a la escuela.
La arena se cargaba en los desagües de la fábrica de conservas,
ya que así tenía más grasa, aunque olía muy mal.
Claro que esto no podíamos compararlo con lo que hacía mi padre,
años antes, que después de trabajar todo el día en el campo
se marchaba a Laxe a pie, donde ayudaba a descargar los barcos de sardinas.
El sistema que usaban para medir los viajes que hacían del barco a la
fábrica, en función de lo cual se daba el correspondiente pago,
consistía en ir depositando en una cesta una sardina por cada viaje realizado.
Luego, así que terminaban, cogían la paga en especie y cantando
regresaban al amanecer, con la cesta en la cabeza.
Sega-la herba. - Esto consistía en segar la hierba
para el ganado con un fouciño (hoz). Si era muy pequeña,
había que hacer un largo recorrido y para estar más cómodo
se hacía de rodillas. Había que tener cuidado porque era fácil
llevarse los dedos por delante. Una vez segada la hierba se ponía en
feixes (haz). Si la hierba era muy pequeña había que ser un artista
para hacerlo (a pesar de ello había veces que se deshacía por
el camino). Luego, ya de noche, o feixe, con la ayuda de otra persona
o de un trípode, era llevado a la cabeza o a la espalda y transportado
a casa por senderos con todo tipo de obstáculos: agua, barro, piedras
etc. El feixe en cuestión, cuando la hierba era verde y estaba mojada,
podía pesar fácilmente más de setenta kilos. Últimamente
ya se usaba la guadaña y el carro, pero en muchos casos no se evitaba
o feixe, ya que el carro no podía entrar en el prado. Fueron muchas
las veces que fui con el carro tirado por vacas a buscar la hierba que segaba
mi hermana Carmen.
Rozas.- Los montes eran cavados, para hacer las rozas, con grandes
eixadas (azadones) en las que sólo el hierro debía pesar
cinco libras (dos kilogramos y medio aproximadamente). De un golpe seco, que
tenía que ser dado con gran habilidad y fuerza, se levantaba un gran
terrón con raíces de toxos y silvas, que eran puestos a
secar. Como llovía con frecuencia había que moverlos para que
no echaran raíces de nuevo. Si el tiempo era bueno se separaban de los
pinos y se les plantaba
fuego. Si era malo se apilaban para que ardieran mejor. A tilla (ceniza)
era esparcida y seguidamente se araba con arado romano por entre los pinos y
con mucho cuidado ya que éste se quedaba enganchado en las raíces.
Se sembraba el trigo y el tojo y se gradaba. Por último, el trigo era
segado con a funciña a mano y seleccionándolo de entre
las hierbas y los tojos.
O Toxo.- El tojo, tan apreciado hace pocos años y tan odiado
hoy. (Al no ser rentable su explotación, queda abandonado en los montes,
para caldo de cultivo de los incendios que cada verano destruyen el paisaje
y la riqueza forestal de Galicia). Con el todos los días se hacía
la cama de los animales, y posteriormente constituía el mejor abono para
las tierras. Esto último aún sigue siéndolo, pero requiere
mucha mano de obra como seguidamente explicaré. El tojo era cortado en
los pinares con a fouce (hoz grande), que se utilizaba a dos manos, o
con o fouciño do toxo en una mano y una forquita (palo
de dos puntas) en la otra, y puesto en panadas (especie de gavillas,
pero sin atar). Se cargaba en carros con forcadas (horcadas metálicas),
labor que requería por lo menos dos personas, una en el carro y otra
dándole as panadas, y se llevaba al corral. Allí, si el
tojo era grande, se picaba con la cardeña (hoz de mango muy largo)
o encima de un tronco de un árbol con un machado (hacha). Luego
se llevaba a las cuadras para hacer la cama al ganado. A los ocho días
se retiraba de las cuadras con la ayuda del rancaño, trabajo de
mucho esfuerzo, ya que estaba pisado por el ganado y muy compactado con sus
excrementos, y se arrastraba hasta el corral donde se apilaba. Cuando llegaba
la hora de la siembra, se cargaba en carros y se llevaba a las distintas fincas
donde se depositaba en pequeños montículos. Si la siembra era
de patatas, había que colocarlo en el surco. Si era de trigo se esparcía
muy bien para luego taparlo con tierra, etc.
O criado.- Para ayudar en todos estos trabajos era muy normal
tener un criado. En nuestra casa siempre hubo alguno, e incluso alguna vez hasta
dos. Estos eran trabajadores que vivían y comían con la familia.
Dada la escasez de trabajo, sobraba gente para trabajar de sol a sol con tal
de que le dieran de comer, dormir y algunas pesetas al año. Si el criado
era un niño hacía el trabajo gratis totalmente. La vida era muy
dura: ni los criados podían pedir mucho, ni el patrono dárselo.
Aunque me acuerdo de muchos, citaré uno que no conocí como criado
pero que sí después, como amigo de la casa y ayudando en épocas
puntas de las cosechas. Mi abuelo, en la "Libreta Azul" y cuando se
refiere al cuarto contrato anual de Manuel Allo, dice:
"En el año 1930 empezo el criado el día siete de julio
de este año en 30 pesos (ciento cincuenta pesetas) dos camisas dos calzoncillos
dos camisetas unas piezas de zuecos... " - y luego sigue anotando - "...
5 para la madre dos para el para la ropa le di los zuecos hechos dos camisetas
debe uno de los Milagros... "
Manuel, cuando dejó nuestra casa, se fue a trabajar a la mina de caolín
de Gundar pero, como dije, en, épocas de cosechas al salir de la mina
a las seis de la tarde venía a pie hasta Fornelos, trabajaba con los
demás hasta las diez u once de la noche, cenaba y se volvía a
casa, para al día siguiente volver a la mina. A veces cuando regresaba
llevaba 30 o más kilos de grano a la cabeza como recompensa de la ayuda
prestada.
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